"La gran figura literaria de este varón memorable basta por sí sola para honrar, no solamente a la región de Venezuela que le dió cuna, y a la República de Chile, que le dió hospitalidad y le confió la redacción de sus leyes y la educación de su pueblo, sino a la América Española, de la cual es el principal educador ", ha escrito de Bello el señor Menéndes y Pelayo.
Bello nació en Caracas, el 29 de noviembre de 1781, y pagó su tributo a la madre común en la ciudad de Santiago de Chile, en 1865. Apenas niño, mostró en grado sumo vocación para el estudio, y bajo la sabia dirección de fray Ignacio de Quesada, en el antiguo convento de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, a la par de cuya iglesia vivía el joven Bello, inició con brillo cierto los estudios de latinidad, y fueron tantos los conocimientos que adquirió bajo tan experto maestro, que al llegar a la Universidad Pontificia, donde leyó el bienio de Filosofía en la cátedra de Escalona, fué asombro de profesores y alumnos. En la Universidad recibió el grado de Bachiller en Artes (Filosofía), e inició estudios de Medicina y de Derecho, que se vió obligado a abandonar.
Protegido por Ustáriz , logró tomar parte en un concurso para funcionario de la gobernación, de la que fue oficial mayor durante el término de Guevara y Vasconzelos. Al darse los primeros pasos por la Independencia, la revolución puso los ojs sobre el modesto sabio, y la Junta de Gobierno lo designó por secretario de la misión que a Londres llevaron Bolívar y López Méndez. De poco fruto fue aquella gestión, más sirvió de feliz oportunidad para que nuestro gran sabio se alejase del teatro voraz de la guerra, donde se iban a consumir las mejores fuerzas de la Patria.
Pudo así dedicarse por completo, en el viejo mundo, a profundizar sus estudios humanísticos, en forma tan extraordinaria, que pasma de admiración a los actuales críticos. Sin embargo, allá fue siempre robusto arrimo para la Patria lejana, y en más de una ocasión prestó sabios consejos a los comisionados de la República.
Don Andrés abarcó todas las ramas del saber: humanista, filólogo, historiador, crítico, jurista, poeta, geógrafo, filósofo, legislador, gramático, dejó tratados que son objeto de la mayor admiración. Su verdadera obra de cultura, su intenso trabajo como legislador y educador, tuvo por teatro la feliz República de Chile, cuyos códigos fueron confiados a la redacción de Bello, y cuya universidad nacional se honró con su Rectorado. "La autoridad moral e intelectual que su vida y sus obras le granjearon en toda América fue inmensa. Los pueblos ponían sus diferencias internacionales en manos del sabio para que las decidiera, y se remitían a Bello. En el año 1864 fue escogido por los
Estados Unidos y Ecuador para dirimir una contención entre ambas repúblicas. Al año siguiente, en 1865, lo escogieron Colombia y el Perú para arbitramiento semejante". (Blanco Fombona. Prólogo a Literatura Castellana). Su obra como gramático es la más menudamente citada: con ella dió independencia a los estudios del castellano, y sobre lo clásico superficial, elevó el razonamiento filosófico. Como tal fue un revolucionario en la arquitectura del idioma. En la formación del derecho internacional americano ocupa sitio de padre con su Derecho de Gentes, publicado en 1832. Y tal fue su autoridad y tanta la intensidad de sus enseñanzas, que la jurisprudencia internacional de Chile comprende toda una época, determinada por la presencia de Bello como consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Sus trabajos científicos sobre literatura castellana son de tal magnitud, que los más afamados investigadores españoles han tenido que aceptar la posición bellista en el propio estudio de las fuentes del castellano. Como poeta fue llamado Príncipe, por la altura de su numen, por la pureza de su versificación, por la filosofía que llevó a su obra lírica.
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